El infarto agudo de miocardio puede presentarse con síntomas variados, desde el típico dolor en medio del pecho -denominado clínicamente angina de pecho- hasta la molestia en el brazo o la espalda. E, inclusive, puede pasar desapercibido. Otras veces, termina en la muerte repentina.
En la actualidad, las afecciones cardiovasculares y, sobre todo, las coronarias son la principal causa de enfermedad y muerte en el mundo. Los estudios realizados en diferentes países coinciden en adjudicarle el primer lugar como causa de fallecimientos.
Cabe destacar, además, que alrededor del 30 por ciento de los pacientes con infarto agudo de miocardio fallece antes de recibir atención médica; aproximadamente el 10 por ciento muere durante la internación, y entre el 4 y el 10 por ciento en la evolución posterior. Si a esto se agregan problemas socioeconómicos derivados de la enfermedad y las limitaciones físicas que puede ocasionar, se comprende que a las cardiopatías se las considere como “la epidemia del siglo XX”.
Cómo y por qué se llega al infarto
Una buena parte de la población adulta se ubica en el grupo denominado “preclínico”, o sea presenta obstrucciones en las arterias coronarias que aún no manifiestan síntomas, es decir, no tienen expresión clínica. Muchos de estos casos, con el tiempo, presentan angina de pecho en sus diversas modalidades. Este período se denomina etapa “clínica”.
El Estudio FRICAS (Factores de riesgo para infarto agudo de miocardio en la Argentina), realizado entre 1991 y 1994 por el Consejo de Epidemiología y Prevención Cardiovascular de la Sociedad Argentina de Cardiología, determinó y cuantificó los factores de riesgo de infarto agudo de miocardio (IAM) en la Argentina. Los hallazgos de este estudio confirman que los factores de riesgo como la hipertensión arterial, el trastorno de las grasas y la diabetes, sin olvidar que también la obesidad, el sedentarismo y una historia familiar con enfermedad coronaria se asocian con el IAM.
Existen varios mecanismos por los cuales una arteria puede obstruirse. Los dos más comunes son, por un lado, el crecimiento progresivo de la placa de grasa que va tapando la luz del vaso lentamente. Cuando este grado de obstrucción es lo suficientemente importante -mayor del 75 por ciento-, en la mayoría de los casos provoca angina de pecho e infarto, si no es tratada a tiempo.
El otro mecanismo es lo que se denomina “accidente de placa”. Lo que sucede es que se rompe la placa ateroesclerótica, y vuelca sangre hacia la luz del vaso. Esta sangre se coagula y provoca una obstrucción total y, como consecuencia de ello, un infarto agudo.
Señales de un ataque cardíaco
Para reconocer un ataque cardíaco, es necesario tener en cuenta las siguientes señales: dolor, presión o molestia en el centro del pecho, detrás del esternón, en el hombro, cuello o brazos. Los síntomas pueden ser poco intensos y estar acompañados de sudor, náuseas y debilidad.
Ante la presencia de algunos de estos síntomas, las acciones que se deben realizar en forma inmediata consisten en reconocer las señales, suspender toda actividad, acostarse aunque sea en el piso, y llamar al servicio de emergencia o trasladar a la persona afectada hasta el centro de salud más próximo.
Desde hace algunos años, la preocupación de los médicos que trabajan en el área de cuidados intensivos es lograr “abrir” la arteria para salvar el músculo cardíaco que está en riesgo de morir lo más rápido posible. El procedimiento de apertura de la arteria coronaria responsable del infarto es sumamente importante porque, recuperando el miocardio que está en riesgo de necrosis, se evitan muchas complicaciones que van desde la insuficiencia cardíaca hasta la muerte del paciente.
Por eso resulta imprescindible que la persona infartada llegue a un centro asistencial lo más rápido posible, ya que se cuenta con una “ventana de tiempo” para poder rescatar al corazón de su muerte. Cuanto más tiempo pasa, menos posibilidades hay.
Más vale prevenir que curar
Todo lo referido a la prevención tiene un papel importante y, por lo tanto, hay que tratar de evitar que se vayan produciendo las enfermedades vasculares que después van a terminar repercutiendo en el nivel cardíaco o cerebral como causa, no sólo de muerte, sino también de invalidez.
Existe un factor inmodificable que es genético, que hace que algunas personas tengan mayor predisposición a las enfermedades cardíacas, por lo cual es necesario un mayor control sobre los factores de riesgo.
Según la Guía para la prevención primaria de las enfermedades cardiovasculares, aprobada en noviembre de 1996 por el Comité Asesor y Coordinador en Ciencia de la American Heart Association, la prevención primaria se define como la orientación dirigida a individuos sin enfermedad cardiovascular conocida. El primer objetivo de la prevención es evitar la aparición de los factores de riesgo. Según esta guía, el médico debe educar a sus pacientes para que adopten hábitos de vida sanos que impidan que esos factores se intensifiquen. Esta educación debe estar orientada a todo el grupo familiar.
Idealmente, la prevención de los factores de riesgo empiezan en la niñez. Prevenir el tabaquismo en los niños y adolescentes es un objetivo fundamental. Otra meta importante es evitar el sobrepeso y la obesidad en los niños y los adultos; el sobrepeso es un elemento central de varios otros males (como, por ejemplo, la hipertensión arterial, la diabetes y el sedentarismo). Se debe recomendar a los pacientes y sus familias que disminuyan la ingesta de colesterol y grasas saturadas de origen animal, empleando, en su lugar, aceites vegetales, y adoptando el hábito de comer raciones más pequeñas.
Los antecedentes familiares pueden revelar que otros miembros de la familia quizá necesiten intervención farmacológica para evitar enfermedades cardiovasculares. La adopción de hábitos de vida sanos y el tratamiento precoz atenuarán la severidad de los factores de riesgo de origen genético así como los derivados del envejecimiento.
La decisión de indicar tratamiento farmacológico requiere una evaluación equilibrada del riesgo del paciente y de la eficacia, la seguridad y la costo-efectividad de la intervención. La medicación para el control de la presión arterial se prescribe para evitar accidentes cerebrovasculares y enfermedad coronaria. La indicación de hipolipemiantes, es decir, drogas que disminuyen el nivel de las grasas en sangre, para prevenir la enfermedad coronaria depende mucho del riesgo que corre la persona.
La actividad física es uno de los factores más importantes por tener en cuenta para la prevención de las enfermedades cardiovasculares, ya que diferentes estudios permitieron comprobar fehacientemente que aquellas personas que realizan ejercicios en forma periódica, aún a pesar de tener malos hábitos alimentarios o conductas contraproducentes para la salud cardiovascular -como el tabaquismo-, tienen menos mortalidad que aquellas personas que a pesar de no tener factores de riesgo son sedentarias.
La relación entre la actividad física y la salud cardiovascular es muy importante, sobre todo, porque se considera que el sedentarismo es un factor de riesgo mayor para las enfermedades cardíacas. La intención es que los pacientes hagan actividades de intensidad moderada, por lo menos durante 30 minutos al día, y si eso no fuera posible, pequeñas series de 10 minutos acumulativas a lo largo del día.
Las actividades físicas pueden ser: caminar, subir escaleras o practicar deportes la mayor cantidad de días a la semana. Evitar pasar muchas horas frente al televisor y tratar de estacionar el auto más lejos para poder caminar, todas estas opciones serán beneficiosas para la salud.
Más vale curar que lamentarse
En 1996, se publicó en el European Heart Journal un resumen de las “Pautas Europeas para el tratamiento Posinfarto de Miocardio”, formuladas por el profesor Julian Desmond. El tratamiento se dividió en tres fases, la primera, llamada de “emergencia”, consiste en aliviar el dolor y prevenir o tratar el paro cardíaco; la segunda fase se denomina tratamiento “inicial”, donde se administra aspirina al ingreso del paciente y se intenta abrir la arteria culpable del infarto, si está dentro de las 12 horas de evolución.
Estas pautas tienen total vigencia.
Los procedimientos que se utilizan para destapar el vaso, siempre que no haya contraindicación para su uso, son dos: uno es químico, con drogas llamadas trombolíticas que, como su nombre lo indica, desintegran el coágulo o trombo; el otro método es mecánico -angioplastía arterial coronaria-, que dilata la arteria por medio de un balón con la colocación, si fuera necesario, de un dispositivo intracoronario denominado stent.
En esta etapa también se pueden utilizar distintas clases de drogas -betablo-queantes, nitratos, inhibidores de la enzima convertidora de angiotensina- que ayudan a mejorar el funcionamiento del corazón. La fase final o tratamiento “posterior”, consiste en tratar de movilizar lo antes posible al paciente, para evitar la trombosis venosa profunda; muchos pueden ser dados de alta al quinto o séptimo día. Sin embargo, una proporción considerable de los enfermos presenta complicaciones que requieren reposo más prolongado y una estrategia cuidadosa.
Se deben evaluar los riesgos, la necesidad de una rehabilitación cardiovascular y una prevención secundaria antes del alta hospitalaria. Todo programa de rehabilitación debe tomar en cuenta los factores psicosociales y socioeconómicos, así como instrucciones sobre estilo de vida y un plan de ejercicios físicos. La prevención de un segundo infarto es fundamental, tanto con medicación como con los cambios en el estilo de vida, para mejorar la calidad de vida del paciente
Es mucho lo que se ha investigado y publicado sobre enfermedades cardiovasculares y, especialmente, sobre infarto. Pero más allá de los avances que se han obtenido, los especialistas no dejan de insistir en la necesidad de tomar conciencia acerca de la importancia de modificar el estilo de vida. En ello, aseguran, estaría la clave para vivir más años, con mayor calidad.
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