A comienzos del siglo XXI las cosas, a pesar de todo, han cambiado bastante; ha cambiado la propia sociedad, ha cambiado el mundo del deporte y han cambiado las propias mujeres. ¿Cómo afectan estos cambios a la participación deportiva femenina? Y ¿cómo afectan, a la vez, a la revalorización de lo femenino?
1º. CAMBIOS EN LA SOCIEDAD
Las sociedades industriales recluyeron a las mujeres en el hogar (la reina del hogar...) y sus cualidades eran valoradas, sobre todo, en relación con el ámbito privado y familiar; el trabajo fuera del hogar fue promovido en épocas especiales como en los periodos de guerra y posguerra también como mano de obra barata. El éxito laboral o cultural de las mujeres era casi siempre invisible y cuando se alcanzaba venía lastrado por el llamado conflicto de roles, por lo que muchas mujeres o bien abandonaban o se ocultaban tras los maridos o acudían al disfraz. Claramente, lo público no coincidía con lo femenino.
El paso a una sociedad de servicios, ¿puede favorecer la mayor valoración de lo femenino? Para muchas autoras (Subirats, M., 1998; Piazza, M., 1999; Puig, N., 2001) el mundo laboral de una sociedad de servicios tiene muchos puntos de contacto con el trabajo tradicionalmente realizado por las mujeres y en el que han desarrollado unas habilidades especiales, habilidades que empiezan a ser reconocidas públicamente y no solamente en las llamadas profesiones de ayuda, sino en el mundo de las relaciones laborales en general. Sin embargo, las situación es muy compleja y el reconocimiento es lento, como lo demuestra el hecho de que cuando hay más mujeres en un trabajo tiende a imponerse una cultura femenina pero también se corre el riesgo de "feminizarlo" y, por tanto, desvalorizarlo. Aún así, las nuevas necesidades sociales tienden a revalorizar aquellos trabajos que tradicionalmente hacían las mujeres sin cobrar y que hoy se pagan porque ellas han dejado de hacerlos (guarderías, cuidado de enfermos, ancianos, etc.)
Por otra parte, la llamada cultura postmoderna tiende también a destacar lo individual y, sobre todo, a revalorizar lo afectivo y vivencial frente al racionalismo y lo tecnológico, lo que favorece de alguna manera lo femenino.
2º. CAMBIOS EN EL MUNDO DEL DEPORTE
A comienzos del siglo XXI el mundo del deporte ofrece un panorama bastante complejo que dista bastante del que se extendió por Europa a principios del siglo XX. El deporte moderno ha ido asimilando una serie de cambios producto de las transformaciones sociales a lo largo del siglo XX. Bien es verdad que este cambio ha sido lento en las estructuras deportivas que, como toda institución, va por detrás, muchas veces de la propia dinámica social.
El acceso de grandes masas de población a la actividad deportiva a partir de los años sesenta, refrendado por la Carta europea del Deporte para Todos de 1975, la aparición de prácticas que no correspondían a la estructura convencional del deporte, como los deportes californianos y los de aventura, así como el rechazo del principio de autoridad de las nuevas clases sociales ha generado una cultura deportiva alejada de las estructuras jerárquicas y cíclicas propias del deporte de competición.
Por todo ello, como señala la Sociología del deporte (Martínez del Castillo, J., 1986; Puig y Heinemann, 1991; Pociello‑Defrance, 1993), el deporte actualmente es un sistema abierto en el que no solamente conviven dos culturas deportivas, la convencional y jerárquica y la democrática más libre y espontánea, sino que también se incorporan elementos nuevos procedentes de colectivos con intereses muy diversificados que aportan nuevas formas de hacer.
Uno de estos colectivos es, precisamente, el de las mujeres. Para Nuria Puig (2001), la mayor participación de las mujeres en el mundo deportivo está propiciando una nueva cultura deportiva femenina, paralela a la masculina. Es cierto que las transformaciones habidas durante el siglo XX no modificaron mucho lo esencial de la estructura deportiva, su carácter masculino, y que incluso ahora esa pretendida cultura deportiva femenina no se reconoce fácilmente. Las mujeres mantienen hábitos deportivos diferentes a los de los hombres, hábitos que afectan al tipo de deporte que hacen y a los motivos para practicarlos, como ponen de relieve diferentes estudios (Buñuel, A., 1990; Vázquez, B., 1993; G. Ferrando, M., 1997; Martín, M. J., 1997). Uno de los elementos más diferenciadores del estilo deportivo de las mujeres está en su mayor grado de informalidad, probablemente por lo que ya decíamos más atrás: el menor tiempo libre de las mujeres y, en todo caso, un tiempo libre muy fraccionado que les impide el acotar un tiempo libre propio. (Vázquez, B., 1998).
Pues bien, según K. Heinemann (2001), en las sociedades actuales el individuo tiene cada vez menos posibilidad de decidir sobre el estado y la distribución del tiempo libre, como consecuencia de los cambios ocurridos en el mundo del trabajo (horarios flexibles, nuevas tecnologías, trabajo en el propio domicilio, etc.). Es posible que en el futuro la coincidencia en el tiempo libre sea imposible para muchas personas ; esto es lo que hace, según el mismo autor, que las formas de ocio tiendan a cambiar en la dirección de un ocio más individualizado, y esto también afectará al mundo del deporte. Se tenderá más a deportes individuales que no dependan del compromiso con otras personas; se hará en horarios no convencionales tratando de acomodarlo a los horarios individuales, de ahí el éxito de los gimnasios y centros deportivos con horario continuado; se buscarán ofertas deportivas cercanas al lugar trabajo o al de residencia, en resumen, "formas informales" de hacer deporte. Curiosamente, este es un panorama muy parecido al que rige el deporte femenino, por lo que no sería aventurado pensar que en este modelo deportivo las desigualdades entre hombres y mujeres serían menores.